domingo, 24 de mayo de 2009

A la hechicera no dejaras que viva.

Éxodo 22:18

Y cómo muchas de las grandes atrocidades que ha cometido la humanidad a lo largo de su historia, todo comienza con su correspondiente referencia a los textos sagrados. No es de sorprender que ante la enorme ambigüedad que presenta la Biblia desde los más acérrimos fundamentalistas, hasta los más profundos humanistas siempre hayan encontrado en sus líneas justificaciones para sus acciones.

El encargado de dar el puntapié inicial fue el mismo papa Inocencio VIII que en su bula Summis desiderantes affectibus reconoce la existencia de la brujería, derogando así un edicto anterior donde la creencia en brujas era considerada herejía. La Biblia lo deja muy claro en muchos de sus pasajes, tanto la hechicería como la astrología eran poderosas tentaciones que podían desviar al creyente de su fe en un único y absoluto Dios.

Esta bula dio inicio a una de las atrocidades más grandes de la historia de la civilización occidental, la sistemática acusación, persecución, tortura y ejecución de incontables “brujas” por toda Europa. La máxima representación de este grotesco espectáculo fue el Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas), libro considerado hoy en día como una de las mayores aberraciones creadas por el hombre. En sus páginas se justifica la tortura como medio infalible para demostrar la acusación por brujería. Jamás se pone en tela de juicio si la acusada solamente acepta los cargos para evitar el tormento al que se la somete. Cosas tales como la defensa de la acusada o testigos que la apoyen son inexistentes. En resumen desde el momento en que se realizaba la acusación, sin importar su procedencia, el destino de la “bruja” era uno solo: la hoguera. Lo único que quedaba por decidir era si el proceso sería rápido, o si por el contrario, ante la negativa de la “bruja” de declararse culpable de los cargos que se le imputaban, habría que torturarla previamente.

Por supuesto ni hablar del provechoso negocio en que se convirtió la caza de brujas. Los costos de la investigación, juicio y consecuente ejecución caían sobre la familia de la acusada. Además del pago de gratificaciones por “bruja quemada”. Toda una muestra del amor al prójimo que pregonaba la Iglesia.

¿Cuántas mujeres fueron brutalmente asesinadas? Probablemente nunca lo sabremos. Aunque el número, a opinión personal, me parece que es lo que menos importaría.